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RENDIMIENTO
-Realmente esperaba más de todos ustedes –Empezó a comentar algo decepcionada la profesora- Este tema lo repasamos repetidas veces. ¿En dónde están durante la clase? Como siempre, Di Gregori fue el único que alcanzó todas mis expectativas.
Alnas intentó ocultarse sutilmente bajo su pupitre, al lado de la ventana, pero era tarde, ya todo el curso dirigía sus miradas de odio hacia un punto en común: su nuca.
-Un diez, Alnas. Excelente.
-G-gracias profesora –Respondió tímidamente. Detrás suyo oyó la burla de Ian, “Gracias profesora, ¿Quiere que chupe sus medias verdes o las blancas?”. Se oyó la risa de todo el curso menos de Alnas y de Marcos. “Más vale que cierres la boca, gordito” se oyó responder a este último por lo bajo “no querrás que te marque como blanco en quemados”. Ian le echó una mirada de odio mientras la profesora Díaz se acercaba a darle su nota.
-Un tres, Puertas. –Y tiró el examen tachoneado de rojo sobre su pupitre.- Si fuera vos, antes de burlarme de Di Gregori seguiría su ejemplo.
-Ese perdedor el único ejemplo que puede darme es el de poner la otra mejilla.
-Listo: afuera. –Sentenció la enojada profesora. Ian Puertas se paró, le dirigió una última mirada de odio a Alnas y se marchó derechito hasta la puerta.- ¿Alguien quiere seguir el suyo? –Amenazó la profesora. Entonces se acercó a Marcos y anunció- Un siete, Sierras, vamos mejorando. Pero yo que vos no provocaría a nadie más en mi clase.
-Lo que diga profesora. –Respondió Marcos emocionado por aquella nota. No era el alumno más brillante de la clase. En eso sonó el timbre para anunciar que el día acababa de terminar. Los alumnos guardaron apresuradamente sus cosas en la mochila, se pararon y se apresuraron a salir.
-Chicos, recuerden hacer la tarea, si no, pueden olvidarse de un punto del examen. –empezó a gritar la profesora por encima del barullo. Rendida, volvió a su escritorio a ordenar los papeles para irse.
-Eh… Profesora? –Escuchó que alguien la llamaba. Levantó un poco la vista y descubrió a Alnas en frente suyo con la prueba en la mano extendida hacia ella.
-Algo anda mal? –Quiso saber, con curiosidad.
-Eh… bueno… me preguntaba si, usted, podría bajarme la nota del examen.
Miranda Díaz se extrañó bastante, pero no era la primera vez que su mejor alumno le venía con semejante planteo.
-Bajar la nota? Pero tu prueba está perfecta, Alnas! No podría haber pedido más.
-Bueno, no me refiero a la nota oficial. Puede dejar el diez en su planilla para luego hacer el promedio de trimestre, pero me preguntaba si, en la hoja, podría poner que me saqué un cuatro o un cinco, en vez de una nota perfecta.
-A ver, si es por Puertas no te preocupes, sabés que no tiene razón, solamente está algo celoso de tu buen rendimiento.
-No no, no es por el; es por… por mi.
La profesora dirigió su mirada oscura y cálida a los ojos del alumno, que con las pupilas así de grandes, y el color de su iris, parecían girasoles. Dudó por un instante y luego tomó su decisión: -Disculpame Alnas, pero no. Vos te mereces ese diez, y no podés dejar que nadie te quite el orgullo que deberías sentir por el. Esa redacción sobre la revolución industrial y sus consecuencias en el orden mundial es simplemente una obra maestra. Encima incluiste información más avanzada para fundamentar tu respuesta. Estuviste leyendo sólo en la biblioteca otra vez, no?
-Eh, bueno, si.
-Ves lo que hacés? No deberías cerrarte al grupo. Estoy segura de que, además de Sierras, hay más de uno al que le gustaría ser tu amigo. Ahora andate, dale, que en tu casa deben estar esperando la nota del examen con ansias.
-Si, jeje, bueno. –“Claro, lo que deben estar esperando es encerrarme en el armario por el resto del día, y si, con ansias”, pensó, deprimido.

COTIDIANO
-Traje lo que me pediste. –Le oyó decir a su amigo que lo esperaba en la puerta de la escuela.- Por si no te escuchaba, viste?
-Y no me escuchó. –Vio como Marcos sacaba un paquete de papas fritas y una botella de agua de su mochila y se las entregaba.- Gracias, supongo que no saldré hasta las 12.
-Tu papá está loco. Por qué no simplemente reprobás a propósito?
-Es que… No sé, no se siente bien. Si sé algo me gusta ponerlo, me siento completo.
-Bah, vos estás más loco todavía. Vamos?
Alnas guardó sus provisiones para el castigo en un bolsillo oculto de su mochila, la cerró, y ambos salieron de los terrenos de la escuela y giraron a la derecha. Compartían tres cuadras de camino hasta sus respectivas casas, luego Marcos doblaría a la izquierda, y Alnas seguiría derecho dos cuadras más. Su amigo era el único mínimamente al tanto de la situación en la casa de Alnas, y lo necesitaba, ya que si no moriría de hambre en una de sus sesiones de castigo.
-Bueno, acá doblo. –Anunció Sierras.
-Qué? Ya hicimos tres cuadras?
-Jaja, serás muy inteligente, pero no tenés noción del tiempo.
-Si, si. Bueno, hasta mañana. –Se despidió levantando la mano a modo de saludo.
-Si, nos vemos. –Marcos se dio vuelta y empezó a correr hacia su casa, en esa misma calle.

-Llegué. –Anunció Alnas cerrando la puerta de entrada y limpiándose la suciedad de las zapatillas.- Hay alguien?
-Agh, hasta que llegaste, enano. –Oyó una vos asquerosa, con una papa en la boca, “recibiéndolo” desde la cocina.- Ya son las seis, tu viejo va a llegar en 2 horas y aún no te pusiste a preparar la cena.
Al entrar a la cocina, vio a su madrastra, Clarisse, sentada, con sus pies descalzos apoyados sobre la mesa, ojeando una revista de chismes, mientras se soplaba las uñas esculpidas de cinco centímetros de su mano derecha.
-Y no podías aunque sea poner a calentar el horno? –preguntó, de mala gana, Alnas, mientras dejaba su mochila en otra silla y la hoja de su examen sobre la mesa.
-No seas maleducado, mocoso. Que no ves que vengo de la manicura? –Alnas estaba seguro de que alguna vez, su madrastra había sido una mujer muy hermosa. Pero ahora, con la plata de su padre, se las había arreglado para arruinarse la cara y el cuerpo con más de 22 operaciones. Además, no había semana en la que no fuera al peluquero a teñirse el cabello de un rubio platinado que a el de daba asco, y a hacerse las manos con uñas de ave rapiña. La mujer vio el papel sobre la mesa, estiró la mano, y antes de que el chico pudiera hacer algo, ya había visto la nota.- Con que un 10, eh? Tu viejo te va a matar, jaja. –Sentenció con una desagradable sonrisa.

Luego de poner a calentar agua para los fideos, Alnas subió a prisa a uno de los armarios favoritos de su papá. Lo abrió y buscó a tientas un pequeño relieve en la madera de fondo. Cuando lo encontró, hizo algo de presión hasta escuchar un click! Entonces, una puertita del tamaño de su mano dejó a la vista un pequeño nicho en la pared, bastante profundo, donde habían guardados 3 sobrecitos de azúcar, una linterna y un libro. Metió el paquete de papas y la botella con agua como pudo, cerró la puertita y seguidamente el armario. Alnas tenía pequeños escondites para comida como esos por toda la casa; los había puesto una vez que su padre y su madrastra salieron. Había uno en cada armario de castigo, alrededor de 4 en su pieza, dos en la cocina, dos en el living y uno en cada baño de la casa. En total eran 15. En cada uno había lo mínimo e indispensable para sobrevivir, o guardaba cosas de valor, como su tarea.



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