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Una precursora a Harry Potter... 7 años atrasada.

EL PARTO
-Por favor señora, ¡Cálmese! –La cara del doctor demostraba pánico, pero no tanto como la mujer que tenía en frente. Un cuarto del hospital se hallaba en ese momento en la sala 206, de la Clínica Cooperativa de Buenos Aires. La mujer, sudorosa, enrojecida, y rodeada de médicos y enfermeros de la clínica, gritaba de dolor mientras lanzaba improperios y maldiciones al aire, en medio de su trabajo de parto. El niño al que estaba por dar a luz era el resultado de un whisky barato más una cena con su jefe.
-Doctor, su presión sanguínea sigue bajando! –Gritó la enfermera que vigilaba la computadora a la que llegaban lo cables provenientes de la paciente.
-Roca, traiga más transfusiones de sangre AB!
-Si, doctor. –Y Roca, un pelirrojo y menudito del fondo, salió corriendo de la habitación hasta el banco de sangre del hospital.
-MALDITO ESTÚPIDO! –Empezó a gritar la mujer- Me abandonó hace tres meses!! AAAAGGGHH! –EL grito de dolor puso los pelos de punta de más de uno.
-Señora Ferguson, por favor! –Volvió a vociferar el doctor a cargo- Si no se calma no podrá pujar correctamente y tanto usted como el bebé morirán!
-AJAJAJAJA!!! -Laura Ferguson soltó una risotada cruda y espeluznante- Cree que me importa este bolso de carne que me está matando!? Cree que me importa mi vida!?
-Señora! –Gritó el doctor. En eso, la cabeza del bebé terminaba de salir. Se oyó un llanto.
-Maldigo a este niño! Lo maldigo con mi vida, con mi último aliento, con mi sangre como pago! Este niño tendrá la marca de mi maldición de por vida! Maldigo a mi hijo, Alnas Di Gregori!!! –Y, de pronto, la mujer murió, mientras su hijo terminaba de nacer. Se cortó el cordón umbilical, y el doctor ordenó a sus subordinados que preparen un quirófano para la madre, pero ya era demasiado tarde.
Por un buen rato, todos lo presentes en la habitación, incluido Roca, que llegó para oír las últimas palabras de Laura, se quedaron pensando en lo que quiso decir tan febrilmente antes de morir, preocupados.
Se declaró su muerte a las 3:46 am del día 21 de Junio, y se dio la noticia como la primera muerte y el primer nacimiento del invierno de aquel año.
Encargados sociales se encargaron sin éxito de buscar parientes de la madre. Todos habían muerto hacía ya muchos años. Entonces buscaron gente que se apellidara Di Gregori y hubiera tenido relación con Laura Ferguson. Finalmente, luego de una semana de investigaciones, encontraron a Jorge Di Gregori, director de “Velas Di Gregori S.A.”, quien había contratado a Ferguson como su asistente dos años atrás.

LA BIENVENIDA

-Laura… ¿Murió dando a luz? –Jorge parecía entre asqueado y trastornado, en el umbral de la puerta de entrada de su casa, afuera de la cual había dos policías informándole de la situación.
-Si, su cuerpo no pudo aguantarlo y murió desangrada. –Contestó el oficial más alto y de voz grave- Pero me alegro de informarle que su hijo, Alnas, sobrevivió. Es un bebé precioso, si me permite. –Comentó, sonriendo y guiñándole un ojo.
-No lo quiero. –Dijo, terminal, el dueño de la casa- No tengo relación con ese niño.
Los policías se sorprendieron ante esa reacción.
-Antes de morir, la señora Ferguson nos dio el apellido del niño: Di Gregori. –El oficial más bajo intentó hacerle entender a Jorge. Como éste no cambió su posición, intentó ablandarlo- Vamos, señor, -comenzó en tono de súplica- Este niño no tiene lugar a dónde ir. Si no lo aloja, tendrá que quedarse en un orfanato; y créame, usted no quiere eso para su hijo –Le aconsejó.
-No me importa, yo estoy felizmente casado, y por ahora no nos interesa tener hijos.
-Pero usted ya lo tuvo señor –intervino el más alto. Se puso muy serio, lo que le dio un aspecto imponente.- ¿Es que su mujer no lo sabe?
-No, y no tiene por qué enterarse. –Respondió amenazador, el robusto señor Di Gregori.
-Oh, claro que lo sé, Jorge! –La armoniosa voz de la señora Di Gregori se oyó de repente. Los oficiales y el dueño de casa giraron sus cabezas en todas direcciones, pero no encontraron de dónde provenía la voz.- Y si no aceptas a ese niño, no te lo perdonaré nunca. –Entonces los tres miraron para arriba y vieron la melena negra de la señora Di Gregori asomando por la ventana ubicada encima de la puerta. Sus ojos grises miraban a su marido amenazadoramente de entre su pelo.
-Esta es mi casa, así que yo debo poder decidir…
-Ahora es también mi casa –Interrumpió ella.
-Sheila, ya tuvimos esta discusión.
-Te estoy avisando, Jorge… -Ambos se miraron por un rato intentando no desistir. Entonces, suspiraron a la vez y Sheila siguió- Al meno míralo, si?
Luego de maldecir por lo bajo tres segundos, y calmarse, el hombre cedió.
-Bien, sólo quiero verlo, no le prometo nada. Los policías, que habían presenciado toda la discusión, no sabían si reír o llorar. Se miraron un momento, y seguidamente el más bajo de los dos giró sobre sus talones y se dirigió hacia el patrullero. Mientras tanto, en señor Di Gregori miró al oficial que tenía en frente y murmuró un “siento que halla tenido que ver eso” por lo bajo.
-Oh, no se preocupe –respondió el uniformado- nos pasa todo el tiempo.
La cabeza de la mujer había desaparecido por la ventana y ahora se escuchaban sus pasos apresurándose hacia la puerta de entrada. Justo cuando llegó, también lo hizo el otro policía.
-Este es Alnas, señor.
-Oh, míralo Jorge, no es hermoso? –preguntó la voz de su esposa que se asomaba por encima de su hombro.- Tiene la cara igualita a Laura. –Y se dirigió esta vez al oficial que tenía en frente: -Ella era muy hermosa, sabe? Me apena mucho lo que le ocurrió.
Entonces, Jorge Di Gregori dio un respingo y gritó: su hijo lo observaba con unos enormísimos ojos NARANJAS.
-Oh, cielos –exclamó Sheila un poco asustada por aquella mirada.
-Di-di-dígame una co-co-cosa, oficial, -empezó a preguntar temblando el padre-: Por casualidad, L-Laura no ha-ha-habrá m-maldito a este ni-niño, verdad? –Terminó, mirando con una mezcla de odio y asco al bebé.
Los policías se miraron un momento y luego el más alto habló:
-Dijo algo sobre una maldición como últimas palabras, según escuché.
–Paró un momento, y algo asustado añadió- Le juro que el niño no tenía ese color cuando lo trajimos para acá, señor.
-Le creo. Está bien, nos lo quedaremos, pero por nada en el mundo diga a nadie lo que pasó aquí, está bien? –pregunto implorando Jorge.
-S-sí.

CUÁNTO AMOR
Así que, Alnas creció en casa de su padre, y consideró desde el principio a Sheila como su madre. El primero no le daba más que la espalda y algunas miradas de odio o asco de vez en cuando, y la segunda le daba todo el amor que podía a escondidas de su esposo.
A la edad de un año, el cabello le creció bastante y tomó un tono violeta muy oscuro, lo que desató en un odio aún mayor por parte de su padre.
A la edad de tres, empezó a ir a un jardín de infantes a pesar de que Jorge no quiso gastar ni un centavo en aquello. En seguida las profesoras citaron a sus padres para decirle que creían que su hijo era superdotado. Sheila, feliz. Su esposo, no. Pero luego les dijeron que su apariencia asustaba a las demás madres y les pidieron que lo retiraran. Sheila, furiosa. Su esposo, no.
A la edad de cinco ya podía hablar en castellano, inglés, portugués y japonés a la perfección.
Cuando llegó con un diez de promedio de la escuela, a los siete, su padre lo encerró en su habitación por 2 días. Iba a ser una semana, pero Sheila lo rescató.
Continuamente Alnas intentaba impresionar a su papá, por que creía que así lo empezaría a querer. Entonces, una noche antes de que cumpliera los 9 años, Alnas bajó sigilosamente de su cuarto hasta la cocina, ya que su padre no le había dejado tomar o comer algo desde las cuatro de la tarde. Antes de llegar al final de la escalera, el chico oyó gritos. Los gritos venían de la cocina. Alnas saltó hábilmente el último escalón, recordando que éste crujía, y caminó en puntas por el pasillo que llevaba a la cocina. Los gritos se oían cada vez más fuerte. Alnas entendió que sus padres estaban peleando, otra vez. Cuando llegó, se quedó al lado de la puerta, parado y en guardia, por si oía que alguno de los dos se disponía a salir.
-…por que hace nueve años que lo tengo invadiendo MI casa! –Escuchó decir a su padre.
-TU casa? –gruñó su madre- Además, dejame recordarte que el chico no tiene lugar a dónde ir… ES TU HIJO!
-El NO es mi hijo, Sheila, hace años que te lo vengo diciendo.
-Ah, claro, y tampoco me engañaste con su madre!?
-Quizás ese engendro tenga mi sangre, pero yo no tengo hijos. Y gracias a vos, nunca los voy a tener!!
Se escucharon los sollozos de su madre.
-Querida… No ves lo que nos está haciendo? NOS SEPARA!
-No, -sniff- vos solito te las ingeniaste para alejarte de mi.
Alnas quiso pensar que no entendía lo que escuchaba. Quiso convencerse de aquello. Pero razonaba demasiado rápido como para no llegar a la única solución lógica. Se quedó ahí, petrificado, esperando a que volvieran a hablar.
-Yo… yo no puedo seguir con esto… -Empezó a murmurar Sheila- Me voy de acá. Y Alnas viene conmigo.
-Qué?
-Lo que oíste. Me voy. Vendré a recoger a Alnas por la mañana.
-No… Sheila… No quise decir
-Pero ya lo dijiste Jorge.
Al darse cuenta de que en cualquier momento su madre saldría por la cocina, Alnas se alejó y subió a toda prisa las escaleras. Cuando llegó al piso de arriba, entró en su pieza y cerró con cuidado la puerta, para que no hiciera ruido.

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